Escrito por Federico Romero Díaz (autor invitado)
Tito Pomponio Ático
A medida que Roma impone su dominio en el Mediterráneo, venciendo a etruscos, cartagineses y griegos va asumiendo muchos aspectos de su cultura. Generales como Sila, Lúculo o Pompeyo en sus campañas contra Mitridates traerán muchas riquezas, obras de arte, oro y otro gran tesoro destinado a cambiar Roma para siempre: grandes cantidades de libros. Los libros, que en esta época eran predominantemente rollos de papiro, aunque también los había hechos en pergamino que eran caros pero presentaban la ventaja de poder ser escritos en las dos caras.
Papiro manuscrito de alrededor del 250 d.C
En la sociedad griega primero y en la helenística después era fundamental, aunque no era universal el conocimiento de la escritura para ejercer un correcto ejercicio de los derechos y obligaciones que la ciudadanía suponía. En Roma irá sucediendo algo parecido de tal manera que ya a finales del siglo I a.C, en los momentos finales de la República un porcentaje bastante considerable de la población ya sabe leer y escribir y desarrolla el interés por la lectura, no solo por lo útil de los datos que esta le pueda aportar sino por el simple placer de hacerlo.
El uso de la lectura se fue extendiendo gracias a los inmensos lotes de libros que traían los victoriosos generales romanos de Grecia, Macedonia o el Ponto como botín. Este fenómeno, unido a las numerosas bibliotecas privadas que los más pudientes poseían en sus villas privadas y al desarrollo del comercio de libros desarrollado por los llamados bibliopola que encargaban la transcripción de textos a trabajadores especializados que a veces eran esclavos(servi literati) o libres (librarii). En el segundo caso recibían un salario según la extensión de los textos que transcribían cada día. También había correctores para enmendar los errores que podían producirse en las copias. El libro no era un artículo económico, había numerosos coleccionistas dispuestos a pagar fuertes sumas de dinero a cambio de los ejemplares más raros, de los originales o de los rollos de más suntuosa decoración. El más conocido en el negocio editorial de esa época fue Pomponio Ático, amigo y editor de los escritos de Cicerón y de algunos autores más antiguos. Ya en tiempos del Imperio el comercio de libros y el conocimiento de la lectura siguió en aumento.
Conocemos el nombre de algunos importantes como los hermanos Sosio editores entre otros de Horacio, Trifon, Quintiliano o Marcial. Las librerías estaban en las calles más céntricas y eran puntos de reunión de sabios y aficionados. En sus puertas se ponían listados con las novedades que llegaban al establecimiento. Era un fenómeno que no se limitaba a la capital, Horacio se vanagloriaba de que sus obras se leían desde el Mar Negro hasta las riberas del Ebro o del Ródano.
No existía legalmente hablando el derecho a la propiedad intelectual. El autor no recibía ingresos por la publicación de sus obras. Aunque si podía otorgar a un editor-librero (normalmente las dos funciones coincidían) el derecho a copiar un número determinado de ejemplares. La única manera de recibir algo de dinero a cambio de escribir era dedicando la obra a un personaje ilustre que ejerciera de “mecenas con el autor”. En Roma era muy frecuente reunir a los amigos para dar a conocer una nueva obra y despertar su interés, por ejemplo Herodoto hacía lecturas de su obra por las ciudades que visitaba.
Tener una buena biblioteca privada era un elemento más de prestigio a finales de la República y principios del Imperio. Todo potentado romano debía contar en sus casas con amplias bibliotecas de muchos rollos, que por lo general tenían sus secciones en griego y en latín separadas. En Herculano, en la Villa de los Pisones se han encontrado los restos de una biblioteca compuesta fundamentalmente por obras de escritores epicúreos, de lo que deducimos la inclinación del dueño de la biblioteca por este tipo de literatura. Si pensamos en el aspecto que tendría una de estas bibliotecas privadas podemos describirlas como amplias y luminosas estancias con estantes en las paredes en los que se apilaban los rollos, muchas veces conservados en bellos estuches ricamente adornados. La estancia podría estar adornada con estatuas y bustos de escritores célebres. Según Plinio el Viejo, Asinio Polión fue el que empezó con esta práctica.
Aspecto que podía ofrecer la biblioteca de un potentado romano
La alfabetización de un porcentaje elevado de la población, y el aumento del gusto de la lectura hicieron posible el surgimiento de las bibliotecas públicas. Cesar, impresionado por la biblioteca de Alejandría trató de fundar una en Roma. Encargó al proyecto a un antiguo pompeyano, Terencio Varrón, pero la muerte de Cesar impidió que el proyecto llegara a buen puerto. Será en el 39 a. C cuando se funda la primera biblioteca pública en el Templo de la Libertad, que curiosamente era donde se guardaban las actas por las que se otorgaba la libertad a los antiguos esclavos. El encargado de llevarlo a cabo fue el mencionado senador y literato Asinio Polión que contó para ello con los fondos de Varrón unidos a los que trajo Sila de sus campañas en el Ponto.
Asinio Polión
Unos años más tarde, en el 28 de nuestra era, bajo el gobierno de Augusto, se fundan dos nuevas bibliotecas, la Palatina, junto al Templo de Apolo en el monte Palatino y que funcionará hasta tiempos de Constantino, y la Octaviana situada en el pórtico del mismo nombre que arderá en el gran incendio del 80 d.C. En cada una de ellas había un bibliotecario y varios ayudantes; los empleados de la biblioteca se llamaban librarii podían ser libertos imperiales o esclavos, el director era el procurator bibliothecae y pertenecía a la clase ecuestre a partir de tiempos de Vespasiano. Conocemos el nombre de varios hombres que ocuparon este puesto, por ejemplo: Tiberio Iulio Papo, inicialmente adscrito a la casa imperial y más tarde liberto imperial. Trabajó bajo los emperadores Tiberio, Calígula y Claudio. El más conocido fue Gaio Suetonio Tranquilo, autor de Las vidas de los doce césares fue procurator a studiis, a bibliothecis y ab epistulis de Adriano. Al servicio de los procuratores estaban los trabajadores que se encargarían de la copia manuscrita de volúmenes, de la ordenación en las estanterías, de confeccionar etiquetas de títulos, de mantener las instalaciones en correcto uso, de restaurar los rollos deteriorados y redactar inventarios o catálogos, controlar los accesos, etc.
Estela funeraria erigida por la esposa de Noto (amanuense de la biblioteca). Columbario de los Estatilios (Roma).
Existe un relieve funerario hallado en Municipium Claudium Virunum (Zollfeld, Austria). Representa un librarius. Vestido con túnica de manga larga y manto con capucha, su pierna derecha busca apoyo encima de una capsa (caja cilíndrica de cuero para guardar los rollos de papiro). Escribe con ayuda de su stylo (pluma de caña) apoyándose en su pierna derecha.
En las termas, concebidas como lugares de esparcimiento y ejercicio, también había bibliotecas. Una de las mejor conocidas era la de las Termas de Caracalla, construidas en el 216-217 aproximadamente, sabemos que estaba dividida en sección latina y griega y hoy gracias a las técnicas de realidad virtual que hay en ese yacimiento se puede contemplar una reconstrucción muy interesante de esa biblioteca.
En Roma tenemos documentadas las siguientes bibliotecas (aunque hubo muchas más de carácter menor):
En Roma hay documentadas las siguientes bibliotecas públicas:
– Bibliotheca in Atrio Libertatis
– Bibliotheca Templi Apollinis
– Bibliotheca Porticus Octaviae
– Bibliotheca Templi Augusti
– Bibliotheca Domus Tiberianae
– Bibliotheca in Templo Pacis
– Bibliotheca in Foro Traiano
– Bibliotheca in Capitolio
– Bibliotheca in Templo Aesculapii
Tal vez la biblioteca pública más importante que se fundará en Roma será la Biblioteca Ulpia, fundada por Trajano hacia el 100 de nuestra era, funcionará también como archivo imperial.
Se calcula que a finales del siglo IV d.C había en la Urbs alrededor de 28 bibliotecas públicas y que también en las provincias existían otras. Gracias a la literatura y a la arqueología tenemos noticia de la gran biblioteca fundada por Adriano en Atenas. la de Timgad -cuyo edificio fue en parte patrocinado por Flavio Rogatiano ,la biblioteca del templo de Asclepio en Pérgamo -donada por Flavia Melitina,, la Biblioteca de Adriano, la Biblioteca de Celso, en Éfeso de la que aún conservamos magníficos restos.
Además de su división en sección latina y griega, sabemos que la colección estaba constituida por volumina (rollos de papiro), guardados en diferentes tipos de estuches -recipientes cerámicos, cestos de cuero, cofres de madera- y colocados en los nidi (nichos) abiertos en las paredes. Hacia los siglos III-IV d.C. el rollo fue siendo sustituido por el codex de pergamino, generalizándose entonces el uso de los armaria, muebles más prácticos para guardar ambos soportes librarios que convivirán en las bibliotecas.
Había espaciosos pórticos donde los usuarios se sentaban a leer o a mantener discusiones científicas. Se piensa que había cierto préstamo a domicilio, a cambio posiblemente de una fianza, aunque no era lo usual. A partir del siglo IV comienza a decaer su uso¿tal vez por el retroceso de la alfabetización y la falta de recursos económicos para mantener estos establecimientos?
Las bibliotecas públicas acabarán por desaparecer en Occidente antes de la caída del Imperio, pero su recuerdo permanecerá latente en nuestra memoria, esperando el momento adecuado para rebrotar y llegar a nuestro presente como una parte imprescindible de nuestro día a día.
Bibliografía
Dahl, S.–Historia del libro.—Madrid: Altaya, 1997
Webgrafía
– Gladiatrix en la arena.— Las bibliotecas romanas
https://gladiatrixenlaarena.blogspot.com/2019/07/las-bibliotecas-romanas.html
-Las primeras bibliotecas públicas en Roma y su impacto en la .. dialnet.unirioja.es › descarga › articulo
-Las bibliotecas públicas romanas….
https://superfurrylibrarian.wordpress.com/tag/bibliotecas-romanas/
-Historia del libro y las bibliotecas: Roma..
http://historia-roma-biblio.blogspot.com/2009/06/historia-del-libro-y-las-bibliotecas.html
El autor:
Federico Romero Díaz es licenciado en Historia por la UNED, bibliotecario de profesión, autor de la novela “No lleves flores a mi tumba” y participante en “Ab urbe condita. La Roma de la gens Valeria”. Administrador de la plataforma de divulgación histórica Historia y Roma antigua (HRA). Administrador de Divulgadores de la Historia y redactor fijo de la revista online gratuita Histórica, cofundador de Día de la Romanidad, guionista y podcaster en diferentes espacios en You Tube e Ivoox como Academia Play, Cliofilos o Bellumartis. Escritor en Arraona Romana y el blog de la Casa del Recreador.
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1 comentario en «Libros, Bibliotecas y bibliotecarios en la Roma antigua.»